La mitad de los dueños de pymes ignora esta cualidad decisiva para la continuidad de la empresa
Muchos piensan que no fue gracias a tus capacidades que lograste armar la empresa, sino porque “la pegaste”, y otros creen que si ellos fueran los dueños manejarían mucho mejor las cosas.
Sin embargo, lo que no saben, es que lo vivido como dueños de una pyme es un camino sembrado de obstáculos y esfuerzos marcado por un fuerte sentimiento de soledad, tanto en el interior como fuera de la empresa.
Podes recibir opiniones de colaboradores inmediatos, consejos de consultores externos, o leer acerca de casos parecidos al tuyo, pero siempre estás solo a la hora de decidir.
En las buenas épocas hay algo que amortigua el aislamiento que sentis. El tamaño, la facturación y la imagen del negocio, demuestran que la empresa es un “monumento al acierto”: por eso, la soledad se neutraliza por el estatus social que alcanzaste.
Pero cuando todo se pone difícil, aunque se acerque mucha gente con soluciones y alternativas para los problemas, sentis que ninguna sirve para tu caso ni responde a tus circunstancias.
A la soledad, además, se le agrega la crítica de los otros. Todos señalan los errores y cortan leña del árbol caído. El reconocimiento de proveedores y clientes queda en el camino. Vos también ves los errores pero no es bueno que en el momento exacto en que tenes que solucionar los problemas te paralice la culpa.
Para los demás, ser empresario ya no es un mérito sino una obligación: nadie tolera que bajes los parámetros de lo logrado. Solo vos sabes que la condición de empresario puede perderse y que en los momentos duros todo está en juego.
Antes, tu guía era la mirada de los otros. Te impulsaban las señales de aprobación. Pero en el peor momento perdes ese reconocimiento. El único sostén que te queda sos vos mismo, con tu capacidad de autovalorarte.
Si queres que la empresa siga adelante, en algún momento vas a tomar medidas que no van a complacer a todos: habrá favorecidos y perjudicados y, por supuesto, miradas de incomprensión o incluso de hostilidad. Sin embargo es bueno que todos sepan que tenes la última palabra –y en algunos temas, la única–, aun si te equivocas. Porque, en última instancia, solo los resultados del negocio dirán si fuiste o no capaz de resolver las situaciones.
Asumir la soledad empresarial en su verdadera dimensión es eso: es saber que estas solo frente a las decisiones. Las cosas no se deciden por la lógica, pidiendo consejos de expertos, sumando datos y esperando que el resultado caiga por su propio peso. Siempre hay una parte que te corresponde. Si pasa demasiado tiempo, los hechos resuelven por sí mismos y las consecuencias siempre son peores que los errores que podes cometer al tomar una decisión.
La condición de empresario implica, sobre todo, toma de decisiones. Como dueño sos el juez último porque sólo vos tenes una mirada integral que jugará siempre el destino de la empresa.
La soledad no se apacigua tratando de generar consenso. Podes tranquilizarte logrando la aprobación de los otros, pero invariablemente vas a perder en capacidad empresarial. No se trata de ir a contracorriente desafiando los consejos que recibis. Es solamente que asumir el rol de empresario implica no dejarte arrastrar por la corriente de opiniones que te circunda.
Tu profesión no necesita guiarse por la opinión de los otros y esta es tu gran ventaja. La única valoración de lo que haces, que no es condescendiente, y está en moneda corriente es la rentabilidad de la empresa. Es la única que indica si vas por buen camino.
Asumir la soledad de tu rol es una cualidad fundamental para la continuidad de tu negocio.
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