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Del paño celeste y blanco al legado familiar: lo que la bandera argentina enseña a quienes dirigen empresas

Por Hernán de la Riva  Publicado el 9 junio, 2025

Cada 20 de junio, Argentina rinde homenaje a su bandera y a su creador, Manuel Belgrano. Más allá del acto escolar y la solemnidad del izamiento, la historia de este símbolo patrio encierra lecciones valiosas para quienes lideran organizaciones, especialmente empresas familiares.

 

Desde la génesis de la bandera hasta su consolidación como emblema nacional, encontramos paralelismos con los desafíos de transmitir valores, sostener identidades y construir legados duraderos en el mundo empresarial.

 

Manuel Belgrano creó la bandera en un contexto de incertidumbre. Corría 1812 y el país, aún sin nombre definido, buscaba independencia, rumbo e identidad. En ese vacío simbólico, Belgrano propuso una enseña que combinara el celeste y blanco del manto de la Virgen y las cintas de la escarapela. No fue una decisión unánime ni sin resistencia: el gobierno central dudó de su pertinencia, y la bandera fue, durante años, un símbolo más emocional que institucional.

 

Recién en 1816 fue reconocida oficialmente como símbolo de las Provincias Unidas, y su versión definitiva –con el sol incaico agregado– se estableció recién en 1818.

 

Este proceso de creación, resistencia, adaptación y consolidación tiene puntos de contacto directos con el camino de muchas empresas familiares.

 

Al igual que Belgrano, los fundadores suelen actuar con visión y coraje en un contexto de incertidumbre.

 

Le dan forma a una identidad que los define, a veces antes incluso de que el mercado o el entorno los reconozca como tales. Es común que en las primeras generaciones haya dudas, tensiones e incluso conflictos entre la visión del fundador y las lógicas más racionales o cortoplacistas de la gestión.

 

La bandera, como símbolo, fue más fuerte que cualquier decreto. Su adopción popular, su permanencia emocional y su evolución controlada permitieron que pasara de ser una idea personal a un símbolo de todos. Del mismo modo, en las empresas familiares, los valores fundacionales –si son genuinos y compartidos– terminan siendo la columna vertebral que permite sostenerse en el tiempo. No se trata solo de lo que la empresa vende, sino de lo que representa: su ética, su propósito, su compromiso con la comunidad.

 

La incorporación del sol en la bandera también nos habla de adaptación. No se trató de una ruptura con la idea original, sino de una evolución. Las empresas familiares que logran trascender generaciones entienden este principio: conservar la esencia, pero adaptarse al contexto. La institucionalización, la profesionalización de la gestión, la apertura a nuevas ideas sin perder la identidad, son parte de ese proceso. Así como el sol incaico no borró el celeste y blanco, sino que lo enriqueció, quienes dirigen empresas modernas pueden sumar prácticas nuevas sin diluir el legado.

 

Finalmente, la bandera es un símbolo que se hereda. Ningún argentino la elige: la recibe. Lo mismo ocurre con la cultura organizacional en las empresas familiares. Las nuevas generaciones no empiezan de cero: toman un paño ya bordado, con sus luces y sus sombras. Su desafío no es destruirlo ni replicarlo ciegamente, sino interpretarlo, valorarlo y decidir cómo lo llevan adelante. La clave está en entender que el legado no es una carga, sino una plataforma.

 

En tiempos en que las empresas enfrentan transformaciones tecnológicas, cambios generacionales y exigencias sociales crecientes, mirar hacia la historia de nuestra bandera puede ser una brújula. Nos recuerda que construir algo que dure implica visión, paciencia, apertura al cambio y una conexión profunda con el propósito. Que el símbolo trascienda a su creador es, quizás, la mayor victoria.

 

Autor:
Hernán de la Riva, Socio – Director de Quiros Consultores

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